miércoles, 7 de agosto de 2013

EL HAYEDO DE WEIMAR

 
EL HAYEDO DE WEIMAR
[de mis memorias – 6 de agosto de 2013]

1967. Leipzig. Herder Institut. Excursión a Weimar y aledaños. Nos conduce la profesora de Alemán. Mediana edad, bondadosa y judía. No recuerdo su nombre. Ni tampoco recuerdo los nombres de mis compañeros de clase. Sólo la nacionalidad de alguno de ellos. Un irakí, un libanés, un argelino, un boliviano, un palestino, uno de los emiratos árabes unidos, ….

La casa de Goethe. Los jardines bucólicos, románticos, por don éste paseaba con su amigo Schiller. Ya habíamos bebido alguna cerveza en el Auerbachskeller, allí donde Mefistófeles inició negociaciones con el Doctor, bastante antes de haber leído el Faust de Goethe.

 

En nuestro libro de Alemán figuraba un verso de Goethe:

Mein Leipzig
Lobe ich mir.
Es ist ein klein Paris
Und bildet seine leute

La Bauhaus. Die weimarer Republik. Y después, un corto viaje a los aledaños de Weimar, al „Hayedo“, al „Bosque de hayas“. Que dicho en Alemán pierde toda su trivialidad: Buchenwald. Adquiere el significado de Mal radical, Das radikal Böse.

Jedem das Seine, escrito en letras de hierro sobre el arco que cubre el portón de entrada al campo de concentración de Buchenwald. A cada uno lo suyo, podría ser la traducción al Español. Un gigantesco montón de pelo humano, una lámpara de mesa realizada en piel humana, ….

La profesora me dice que haga un discurso a propósito de la visita a Buchenwald. Naturalmente en Alemán, que era el único idioma común al grupo o, más bien, estaba llamado a serlo. Era mi primer curso de Alemán, casi a comienzo de curso. Con gran esfuerzo logré hilvanar algunas frases. En resumen dije que en el futuro nosotros regresaríamos a nuestros respectivos países, donde seríamos técnicos, profesionales. Que dirigiendo y gestionando aquel campo de concentración (Konzentrationslager) había profesionales y técnicos que consideraban que estaban realizando su trabajo. Y eso era inaceptable. No se pueden aceptar funciones técnicas y profesionales contra la libertad, contra el respeto a los seres humanos, contra 
la justicia … Y que en esos casos no cabía la justificación de “obedecer órdenes”. Había defendido la jurisprudencia del tribunal de Nüremberg. Lo comprendieron todos. Desconozco el grado de aceptación de las ideas expuestas, pero la profesora me felicitó.

Nos paramos en los cimientos del Bloque 40. Era el bloque de nuestro compatriota Jorge Semprún, el cual relata sus vivencias en “La escritura o la vida” (Tusquets Editores. Primera edición: abril 1995). Había sido conducido allí en abril de 1943, tenía veinte años. Unos meses más tarde nacía yo en una clínica situada en un país de retaguardia de la Segunda Guerra Mundial.

Releo los relatos de Semprún. En su conversación con el teniente norteamericano que formaba parte de las tropas que los liberaron, dice: Lo esencial – digo al teniente Rosenfeld – es la experiencia del Mal. Ciertamente, esa experiencia puede tenerse en todas partes ….No hacen ninguna falta los campos de concentración para conocer el Mal. Pongo en negrita y subrayo lo que precede porque he tenido la oportunidad de constatarlo empíricamente en Asturias y en estos concejos cercanos. Y prosigue Semprún: “Pero aquí, esta experiencia habrá sido crucial, y masiva, lo habrá invadido todo, lo habrá devorado todo … Es la experiencia del Mal radical …”

Resulta evidente el enlace con Kant y con Hanna Arendt cuando nos habla de “la banalidad del mal” y cuando nos dice que Eichmann dejó de ser kantiano desde el momento que le asignaron la responsabilidad de organizar la logística de la “solución final”, contra lo cual, según él, sus convicciones y acciones individuales perdían todo sentido.

Y quiero terminar este pasaje autobiográfico volviendo a citar a Semprún en “La escritura o la vida”:

“La singularidad de Alemania en la historia de este siglo es manifiesta: es el único país europeo que le ha tocado vivir, padecer, y asumir críticamente también, los efectos devastadores de las dos iniciativas totalitarias del s. XX: el nazismo y el bolchevismo” (…)”… las mismas experiencias políticas que hacen que la historia de Alemania sea una historia trágica, también pueden permitirle situarse en la vanguardia de una expansión democrática y universalista de la idea de Europa”(…)”Y el emplazamiento de Weimar – Buchenwald podría convertirse en el lugar simbólico de memoria y de futuro.”

1 comentario:

  1. Fragmento de artículo publicado por el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo en el diario local La Nueva España del 8 de septiembre de 2013:
    "El paradigma Weimar
    Similitudes entre la República alemana que abarcó de 1919 a 1933 y la actual situación española
    Los expertos en la comparación de regímenes políticos buscan establecer paradigmas o modelos que permitan entender y clasificar las distintas formas y experiencias constitucionales. Ello resulta útil no sólo como criterio de racionalización científica, sino como lección histórica de aciertos errores de la que pueden aprender pueblos y gobernantes. Tras la derrota militar en la Gran Guerra, la revolución social, la caída del Reich creado por Bismarck y la proclamación de la República, los diputados alemanes reunidos en la ciudad de Weimar aprobaron la primera Constitución democrática del país. Estuvo en vigor entre 1919 y 1933, cuando los nazis se adueñaron del poder y liquidaron la llamada República de Weimar. Al adoptar la República Federal de Alemania su Ley Fundamental en 1949, tuvo muy en cuenta las causas del hundimiento del régimen weimariano, (...)
    ¿Por qué fracasó la República de Weimar? Primero, por el desafecto de una parte importante de las fuerzas políticas (los nostálgicos del régimen imperial, los nacionalsocialistas y los comunistas, todos los cuales conspiraron contra las instituciones republicanas) y la renuencia o la hostilidad de la burocracia administrativa, del Ejército, de la judicatura, de la élite empresarial y hasta de la Universidad. El patológico funcionamiento del sistema constitucional, mal diseñado, tampoco suscitó el calor de la ciudadanía. Alemania era una nación avanzada en lo científico y en lo industrial, incluso en lo artístico y literario, pero políticamente estaba muy atrasada. Todo eso, más la atmósfera psicológicamente asfixiante de la derrota militar, de la pérdida territorial consiguiente y de las cuantiosas reparaciones que los vencedores exigieron a la República, quizá no hubiera sido, sin embargo, suficiente para acabar con el régimen democrático si no se hubieran dado otros dos factores: la monstruosa hiperinflación posbélica, que laminó completamente a las clases medias, y la demoledora Gran Depresión de 1929, que generó un terrorífico número de parados (el 40% de la población activa, nada menos). En suma, el paradigma Weimar puede sintetizarse así: deslealtad y desafecto en lo constitucional y hundimiento económico.

    La segunda parte del paradigma Weimar concurre sin duda alguna en la España actual. Con un 27 por ciento de desempleados (el 57% de los menores de 25 años) la situación social es potencialmente explosiva, y milagro parece que no se haya producido ya un desplome total de la legitimidad de las instituciones, es decir, de la conciencia ciudadana del deber de obediencia a las autoridades. Seguramente la explicación de semejante pasividad radica en la ausencia de fuertes alternativas ideológicas organizadas (que, en cambio, sí existían, a derecha e izquierda, en Weimar) y la carencia de amplios y profundos sentimientos de comunidad: el individualismo atomizado de nuestro tiempo sólo resulta compensado en el ámbito de influencia de los nacionalismos identitarios periféricos, que, desde luego, no albergan precisamente un proyecto contrario a la hegemonía del capitalismo financiero. Fuera del campo nacionalista y de su código de sangre y lengua, no existe un sistema de valores que supere al que fabrican los creativos publicitarios y sus paraísos unipersonales instantáneos. Ni la Iglesia, ni la escuela, ni los partidos, ni los sindicatos poseen hoy poderes de generación axiológica capaces de contrarrestar la eficacia ideológica alienante de la mercadotecnia, puesta al servicio de la dominación social. Tampoco disponen de esos poderes los medios de comunicación, simple instrumento difusor de consignas de una publicidad que modela nuestra idiosincrasia.

    Ahora, bien, deslealtad constitucional como en Weimar también hay.(.....)"

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