TAMPOCO ESTUVE EN PRAGA
[de
mis memorias]
“¿Qué
fuiste a hacer a Praga, Feito? ¿Con quien te reuniste?”. Era el comisario Ramos,
Jefe de la Brigada Político
– Social en Asturias el que me
interrogaba en la planta alta de la Comisaría de Oviedo, justo enfrente del
Hospicio, que más se convertiría Hotel Reconquista. Corría la primera mitad de
los años setenta.
La tortura en mi caso solo fue psicológica.
Siempre sicológica. Tanto en 1965, como al regreso de mi primer exilio (“salir
a la superficie”, era la consigna lanzada por Santiago Carrillo) en 1972 y en años siguientes, la policía
política del franquismo nunca practicó conmigo la tortura física. Mi primer
exilio estuvo rodeado de apoyos en Asturias, en toda España, en Francia (llegué
a Paris en 1 de abril de 1965 y Le Monde daba la noticia) y en toda
Europa. Tanto la UNEF
(Unión Nacional de Estudiantes de Francia, que me ofreció un despacho en sus
locales de Rue Soufflot, entre los Jardins de Louxembourg y el Pantheon)
como el resto de uniones de estudiantes europeas, me apoyaron. Asistí a todos los
congresos que las mismas organizaron, así como a varios Seminarios. Hablé en un
mitin de solidaridad con el movimiento estudiantil democrático español en la
sala Mutualité.
Estuve en el Congreso Mundial de la Paz celebrado en Helsinki en mayo de 1965 (allí conocí a
Ángel González, a Antonio Ferres, a Lito La Rebollá
(Mieres) entre otros. Allí estaba Pablo Neruda, Bertrand Russel, …). Desde el 1 de abril de 1965 hasta septiembre
de 1966 fui el representante de l movimiento estudiantil democrático español en
el exterior.
Mi segundo
exilio fue interior a la provincia de Asturias
y fue originado por el ala más psiquiatrizada del PCE y de sus crupiers y cadys. En un mensaje cifrado transmitido
de París por un psicópata a su familia, se decía que yo – no sé en que términos
– no era persona de fiar. A mi segundo exilio contribuyó mi punto de vista
sobre los entonces llamados “países del socialismo real” o “del socialismo
realmente existente”. En amplios grupos de asturianos predominaban ideas que,
cuando poco, podrían calificarse de esquemáticas, cromáticas, topográficas,
duales, binómicas o bipolares. A ello se añadían mis ideas sobre la necesidad
de democracia, libertad y transparencia en un posible socialismo. Recuerdo que
a mi ingreso a París desde Berlín, Manolo Azcárate, entre otros dirigentes, me
inquiría ante el marasmo en que se encontraban esos países del Este: “Qué
salida ves? Se observa algún dinamismo?”. Mi respuesta era rotunda: “No, yo no
he notado dinamismo alguno”. Hoy diría que se trataba de sistemas cerrados,
entrópicos, incapaces de evolucionar: habían cerrado todas las polémicas de
manera autoritaria, militar y habían eliminado (incluso físicamente, mediante
tiro en la nuca) a todo marxismo crítico o diferente a la losa de plomo
oficial. Así, pues, terminaron colapsando.
Mi tercer
y último exilio fue interior a España
(me acogió la siempre abierta y siempre grande ciudad de Madrid) y fue originada por la supuesta socialdemocracia asturiana,
mejor definida como local socialista. Creí que era posible convivir como técnico (mostrando
capacidad y honestidad) en el programa de desarrollo rural denominado
L.E.A.D.E.R. (Laissons Entre Actions de
Développement Economique Rural). Lo ocurrido, difícil de explicar en
aquellos momentos (1996), pudo verse mejor más tarde y con plena claridad en el
presente. Diseñé e intenté implantar procedimientos que sirvieran de garantía
de transparencia en las decisiones, muy especialmente en las relativas a la
asignación de subvenciones. No lo soportaron. Los responsables directos son de
sobra conocidos. Algunos ocupan cargos públicos; otros están de moda.
“¿Qué
fuiste a hacer a Praga, Feito? ¿Con quien te reuniste?” insistía Ramos, una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez …
Tenía pasaporte cubano y no me concedían residencia en España más que de tres en tres meses.
Hasta bien entrada la mitad de los años setenta, la Brigada Político – Social ha sido una molestia, una
perturbación y una presión en la vida de algunas personas, yo entre ellas.
Y la verdad es que aún, a día de hoy, no
he estado en Praga. Es una de mis asignaturas pendientes: visitar la
hermosa ciudad de Praga. Estuve en Budapest, en Viena y en Bratislava; y
también en Roma, Helsinki, Zurich, Ginebra, Basilea, Milán, … y Granada. Todas ellas merecen relatos a
parte. Pero no estuve en Praga, en
la bella ciudad de Praga, donde Kafka veía las manifestaciones obreras
y veía ya como aparecían en ellas las cazadoras de cuero negro de los
comisarios políticos.
Estando en Berlín oriental (1970?) falleció en Praga el General Modesto
y, claro, de todos los afiliados al PCE
residentes en Berlín que tenía una relación cordial con Modesto era yo, motivo por el cual corrió el rumor de que yo
debería asistir a los funerales que se celebrarían en Praga, representando a la Agrupación berlinesa del PCE. Pero claro, yo era
crítico en aquel contexto, es decir, estaba en contra de la intervención de los
tanques soviéticos en Praga y de las
tesis pro soviéticas del Coronel Líster
(Coronel y no General, pues no aprobó el curso del Alto Estado Mayor del Ejército Soviético). Total, que me quedé sin
ir a Praga.
Modesto era una persona muy abierta, afable y se llevaba muy bien con la
gente joven. Había sido tonelero en el Puerto
de Santa María y afiliado a la CNT. Posteriormente
ingresó en el PCE. Yo le conocí en
alguna reunión de la organización estudiantil del PCE celebrada en Paris. Líster, sin embargo, tenía un perfil
completamente diferente. Era autoritario, esquemático y dogmático. En el Congreso Mundial de la Paz en Helsinki avanzó amenazante hacia mí y
se interpuso Ángel González y Antonio Ferres. Y ello como
consecuencia de que yo había defendido el funcionamiento democrático de la Delegación Española
(lo contaré con todo detalle en otro pasaje de mis memorias).
Praga es conocida por los famosos Juicios de Praga, donde dignos
luchadores contra las tiranías nazis fueron torturados y ejecutados por la
policía política comunista. Praga era
considerado por gentes del tipo Ramos
como un centro internacional de organización comunista.
En Praga
tenía su sede la Unión Internacional
de Estudiantes, cuya dirección se suponía infiltrada por la
KGB. La otra asociación internacional de
estudiantes era la CIE
(Conferencia Internacional de Estudiantes), con sede en Leiden (Holanda); ésta
tenía fama de estar infiltrada por la CIA.
Los estudiantes demócratas españoles, al igual que los
franceses, optábamos por mantener relación con las dos y con cierta distancia a
las dos. La UNEF
estaba afiliada a ambas. Aún recuerdo mi intervención en un Seminario
Internacional de Estudiantes celebrado en Helsinki en el invierno de 1965 (¿) a
orillas del mar helado, con un traje de verano que me habían prestado. Ante los
enfrentamientos que se registraban entre miembros de ambas asociaciones
internacionales, en mi intervención les recordé a ambas partes que “nosotros no
hemos vencido aún al fascismo”, es decir, les recordé que ellos habían sido
aliados contra las potencias del eje hasta 1945. De este modo conseguíamos el
apoyo unánime al movimiento estudiantil español democrático de todas las
asociaciones de estudiantes. Y esto era lo que más molestaba al régimen de Franco, tal como me ponía de manifiesto
el comisario Ramos: “andar por Europa hablando mal de España”,
decía.
En Praga
se editaba la llamada Revista Internacional, última
reminiscencia de la estructura internacional del llamado movimiento comunista
internacional. Era un ladrillo
editado en papel biblia, difícil de leer y carente de toda inquietud de búsqueda
y de análisis. La verdad era que Praga,
aparte de su belleza, era una sociedad aburrida y en la que había menos
libertad que en la España de Franco, según pude observar a través de
amigos. Si, si, no hay que escandalizarse, es la verdad. En los años sesenta,
en esos países, llamados de socialismo real no existían siquiera
los equivalentes a las revistas Triunfo y Cambio 16, dicho sea con
ánimo ilustrativo.
Roque
Dalton, militante del Frente Farabundo Martí de
Liberación (El Salvador),
intelectual valioso y honesto, autor de Historias de Pulgarcito, formaba
parte de la redacción de la Revista
Internacional. No soportaba ni la revista, ni la vida
amordazada de Praga. Y no la
soportó. Se marchó a El Salvador. Se
encontraba más tranquilo en primera
línea. Y allí, los suyos lo fusilaron después de un juicio sumarísimo.
“¿Qué
fuiste a hacer a Praga, Feito? ¿Con quien te reuniste?” insistía Ramos, una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez … con la seguridad de quien posee la
clave de todas las preguntas. (Cuando me interrogó en 1965, su certeza
subyacente, era que detrás del movimiento estudiantil democrático se agazapaban
viejos comunistas, cosa que también era totalmente falsa).
Nunca fui a Samarcanda, contaba yo en otro pasaje de mis memorias. Tampoco estuve en Praga.